El visitante observa con atención y disfruta cada trazo, cada linea y cada dejo de color que se puede detectar en la oscuridad de ese cuadro.
Aparentemente tan sencilla y cotidiana, despierta los sentidos, invita a percibir el detalle, las texturas, el sutil balance entre luz y sombra, y no se distingue ya si es plástica o poesía lo exhibido sobre el lienzo.
El cuerpo de una mujer yace desnudo sobre su cama, se avisora en la penumbra de la noche. Duerme distendida, resguardada por sus sábanas, apenas dejando escapar sus brazos y hombros.
El solo hecho de mirar con detenimiento la pintura hace temer el romper la armonía existente, pero es inevitable quedarse inmóvil frente a ella, sintiéndose por momentos voyeur y por otros parte, percibiendo los sonidos y aromas del lugar, la suavidad de la piel de la mujer retratada.
Parte luego de esos instantes, conmovido, con todos sus sentidos vivos, llevándose grabado en sus retinas la sutil belleza de ese óleo de mujer.