Día del Niño
Recuerdo cada agosto de mi infancia como un momento esperado, como otro momento esperado de esos en los cuales los niños reciben presentes. Pues si bien en mi casa siempre se dijo con firme convicción que los ¨días del niño¨ - así como el de la madre, el padre, etc. - han sido no más que un ingenioso recurso para aumentar las ganancias de comerciantes, jamás dejé de obtener un presente en dicha fecha.
Fue mucho el tiempo que me llevó comprender el motivo que nos conducía a pretender quitarle trascendencia a estos acontecimientos y a la misma vez tentarnos a participar de los mismos. Tanto tiempo que recién ahora entrados los treinta años puedo comenzar a entender.
Recibir un regalo es algo que siempre nos reconforta, nos hace sentir queridos y valorados, y hasta diría yo importantes, dentro de nuestro pequeño mundo del día a día.
Existen regalos que nuestros hijos sin saberlo nos dan desde sus primeros días, sus caricias, sus sonrisas y hasta sus primeros pasos.
Hay algunas cosas que con el pasar de los años vamos perdiendo en la boragine de nuestra rutina, la inocencia, la sinceridad, la astucia, la falta de temor a equivocarse, el espíritu de aventura. Sin embargo cada vez que volteamos la mirada y vemos a un niño jugando, riendo o inclusive llorando, nos damos cuenta que todas existen y nos recuerdan que debemos luchar por mantenerlas vivas.
Un niño que en el omnibus no alcanza al pasamanos nos hace recordar que lograrlo para nosotros fue una gran meta algún día y nos puede ayudar a mirarnos y valorar lo que hemos alcanzado en nuestras vidas.
Con sus cajas de cartón se inventan casas, autos, aviones, carretas, mientras nosotros pensamos en regalarles juguetes de ultima tecnología. Nos reafirman desde su juego lo poco que importan algunos lujos que terminan convirtiendo en austeras y huecas nuestras vidas.
Los niños no se quedan quietos, por suerte, nos enseñan que alcanzar los sueños, aunque muchas veces no podamos, significa perserguirlos y no permanecer de brazos cruzados esperándolos.
Su estado tan puro nos recuerda que somos todos de la misma especie, todos hombres más allá de credos o razas, nos dan lecciones cotidianas de tolerancia.
¿Cómo no querer entonces devolverles aunque sea un poquito en su día, por más que este haya sido inventado?
Cada quien escojerá su presente, unos regalarán un juguete, otros un libro, talvez muchos una paseo pendiente tantas veces prometido, pero lo más importante será regalarles besos, abrazos e intentar devolver un poco de tanto amor compartido.
A estos locos bajitos - como dice Serrat - les debemos mucho, a los de hoy y a los que fuimos, les debemos respeto por sus derechos, conocer los mismos, tenerlos presentes siempre. Luchar a diario para que nuestra sociedad tome conciencia de ello y los haga cumplir tal vez sea el mejor regalo que les podamos dar a todos los niños.
Fue mucho el tiempo que me llevó comprender el motivo que nos conducía a pretender quitarle trascendencia a estos acontecimientos y a la misma vez tentarnos a participar de los mismos. Tanto tiempo que recién ahora entrados los treinta años puedo comenzar a entender.
Recibir un regalo es algo que siempre nos reconforta, nos hace sentir queridos y valorados, y hasta diría yo importantes, dentro de nuestro pequeño mundo del día a día.
Existen regalos que nuestros hijos sin saberlo nos dan desde sus primeros días, sus caricias, sus sonrisas y hasta sus primeros pasos.
Hay algunas cosas que con el pasar de los años vamos perdiendo en la boragine de nuestra rutina, la inocencia, la sinceridad, la astucia, la falta de temor a equivocarse, el espíritu de aventura. Sin embargo cada vez que volteamos la mirada y vemos a un niño jugando, riendo o inclusive llorando, nos damos cuenta que todas existen y nos recuerdan que debemos luchar por mantenerlas vivas.
Un niño que en el omnibus no alcanza al pasamanos nos hace recordar que lograrlo para nosotros fue una gran meta algún día y nos puede ayudar a mirarnos y valorar lo que hemos alcanzado en nuestras vidas.
Con sus cajas de cartón se inventan casas, autos, aviones, carretas, mientras nosotros pensamos en regalarles juguetes de ultima tecnología. Nos reafirman desde su juego lo poco que importan algunos lujos que terminan convirtiendo en austeras y huecas nuestras vidas.
Los niños no se quedan quietos, por suerte, nos enseñan que alcanzar los sueños, aunque muchas veces no podamos, significa perserguirlos y no permanecer de brazos cruzados esperándolos.
Su estado tan puro nos recuerda que somos todos de la misma especie, todos hombres más allá de credos o razas, nos dan lecciones cotidianas de tolerancia.
¿Cómo no querer entonces devolverles aunque sea un poquito en su día, por más que este haya sido inventado?
Cada quien escojerá su presente, unos regalarán un juguete, otros un libro, talvez muchos una paseo pendiente tantas veces prometido, pero lo más importante será regalarles besos, abrazos e intentar devolver un poco de tanto amor compartido.
A estos locos bajitos - como dice Serrat - les debemos mucho, a los de hoy y a los que fuimos, les debemos respeto por sus derechos, conocer los mismos, tenerlos presentes siempre. Luchar a diario para que nuestra sociedad tome conciencia de ello y los haga cumplir tal vez sea el mejor regalo que les podamos dar a todos los niños.