sábado, marzo 27, 2010

Fábula

Al fondo de la larga y empinada escalera, llegando al primer descanso asomaban por la amplia ventana los anfitriones de la fiesta dándonos la bienvenida.

La casa, antigua, de altos ocupaba toda una esquina, las salas amplias y seguramente muy luminosas durante el día aunque este no era el caso, ya estaba entrada en horas la madrugada del sábado.

Decenas de caras desconocidas, un bullicio más fuerte que el sonido de la música que ambientaba el lugar, cerveza, vino, y más.

Los balcones de esa casa tenían algo especial, acechados por la mirada de la luna y los edificios cercanos, parecían conos del silencio. Estoy casi seguro en esos balcones suspendidos en el aire se detenía el tiempo, dejándonos a los polizones fuera del mundo.

Desde el balcón, divisé la ventana sobre la escalera, una mueca explicó el encanto del lugar, los anfitriones me sonrieron.

Minutos más tarde partí caminando solo en la oscura noche Montevideana, al voltear la mirada, desde la puerta los duendes me saludaron y aquel lugar de místicos personajes se fue esfumando tras de mi.