Hablo de esa soledad
Y de pronto te hallaste solo, con mucha gente que se dice estar, entender, y hasta quererte. De pronto te das cuenta que dicen esto para sentirse bien con ellos mismos nada más, y de pronto te das cuenta que quieren ser el centro y lo son.
Y de pronto en las difíciles te hallaste realmente solo. Es bueno saber con quien se cuenta.
Los perfectos desconocidos pasaron a ser quienes sostuvieron tu cabeza en algunas noches de insomnio en algún boliche, almas pasajeras de esas que siempre viste en los mostradores y nunca entendías su porque. Hallaste la explicación, esos están ahí, desinteresados, para escucharte y hasta pare rescatarte de un pozo. No quieren ser tus amigos, no quieren ser el centro, no buscan una recompensa. No te aplauden ni te juzgan, no te conocen, no tienen elementos para hacerlo, pero al menos te prestan el oído y hasta un hombro.
Mientras los otros, los de siempre, los que te quieren, que te valoran y no te juzgan, los que te entienden se topan con mil obstáculos que sin querer los distancian de vos, los alejan. Te miran y mientras sus labios pronuncian no te enjuiciarán sus ojos te queman en vida. La hoguera les nubla la vista y no les deja ver lo humano que ellos han sido, cuanto se han equivocado y cuanto han lastimado también, o tal vez lo ven y deciden desquitar su propio enojo sobre vos en lugar de sobre ellos mismos. Pobres almas inquietas.
Y de pronto te sobran los dedos de una mano para contar a los que realmente estuvieron y están, aunque no compartan contigo la visión, pero están.
Y de pronto te hallaste solo, mejor dicho te diste cuenta de lo solo que has estado siempre, pues quienes te rodean y abrazan solo en tiempos de bonanza, o solo cuando cometes aciertos, esos no han estado jamás.
Y esa es la soledad que me pesa, que me duele, pero al mismo tiempo me enseña a saber mirar mejor a mi gente, a mi gente, a mi gente.
Y de pronto en las difíciles te hallaste realmente solo. Es bueno saber con quien se cuenta.
Los perfectos desconocidos pasaron a ser quienes sostuvieron tu cabeza en algunas noches de insomnio en algún boliche, almas pasajeras de esas que siempre viste en los mostradores y nunca entendías su porque. Hallaste la explicación, esos están ahí, desinteresados, para escucharte y hasta pare rescatarte de un pozo. No quieren ser tus amigos, no quieren ser el centro, no buscan una recompensa. No te aplauden ni te juzgan, no te conocen, no tienen elementos para hacerlo, pero al menos te prestan el oído y hasta un hombro.
Mientras los otros, los de siempre, los que te quieren, que te valoran y no te juzgan, los que te entienden se topan con mil obstáculos que sin querer los distancian de vos, los alejan. Te miran y mientras sus labios pronuncian no te enjuiciarán sus ojos te queman en vida. La hoguera les nubla la vista y no les deja ver lo humano que ellos han sido, cuanto se han equivocado y cuanto han lastimado también, o tal vez lo ven y deciden desquitar su propio enojo sobre vos en lugar de sobre ellos mismos. Pobres almas inquietas.
Y de pronto te sobran los dedos de una mano para contar a los que realmente estuvieron y están, aunque no compartan contigo la visión, pero están.
Y de pronto te hallaste solo, mejor dicho te diste cuenta de lo solo que has estado siempre, pues quienes te rodean y abrazan solo en tiempos de bonanza, o solo cuando cometes aciertos, esos no han estado jamás.
Y esa es la soledad que me pesa, que me duele, pero al mismo tiempo me enseña a saber mirar mejor a mi gente, a mi gente, a mi gente.
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